En condiciones normales, una simple mirada basta para determinar que un alimento no presenta los requisitos mínimos para ser ingerido. Valgan estos ejemplos de alimentos cotidianos, del día a día:
- El pescado suele presentar mal aspecto. Su piel se vuelve viscosa, gruesa y resbaladiza.
- La carne se torna de un color oscuro con textura viscosa y/o sensación pegajosa , poco atractiva a la vista.
- La leche cambia su textura y consistencia, tornándose agria, ya que el ácido láctico comienza a producir bacterias. También es posible encontrar grumos como resultado del proceso.
- Los yogures en mal estado tienen exceso de líquido acumulado en la superficie.
- La fruta cambia de textura, volviéndose blanda, abollada o granulada, tornándose de un color oscuro ennegrecido, apareciendo en ocasiones unas arrugas poco sugestivas en su superficie.
- Las verduras frescas amarillean cuando están mal, afeando su aspecto.
- Muchos de los alimentos hoy en día se compran en envases de plástico envasados al vacío. En ocasiones, ese vacío puede verse dañado y aunque el producto esté dentro de las fechas recomendadas para el consumo, este presenta un color sospechoso, pegajoso y gelatinoso. Prueba evidente de ello, es que el envase suele hincharse. A desechar sin dudar al instante.
Pero existen ocasiones en que no sólo sirve el aspecto visual que presenta el alimento, y ahí es donde radica la importancia de este artículo para nosotros, las personas que padecemos ANOSMIA.
A menudo podemos tropezar con algún tipo de comida que a simple vista presenta buen aspecto, que se encuentra dentro de los límites de su fecha de caducidad, pero que por su olor y/o sabor está en malas condiciones. ¿Cómo reconocer estos alimentos antes de sufrir una posible intoxicación?
Difícil solución si debemos confiar única y exclusivamente en el olfato para determinar si un alimento es apto para el consumo, sobre todo si vivimos solos. Pero no todo está perdido. Por suerte, en la gran mayoría de casos, será suficiente con llevar a cabo tan sólo unos mínimos hábitos, que nos pueden ayudar a evitar posibles sustos:
- La fecha de caducidad es la referencia que más se tiene en cuenta a la hora de determinar si un alimento es comestible o no. Pero en realidad es una de las menos fiables, porque no todo se estropea después del tiempo marcado ni todo es seguro antes.
- El aspecto visual resulta determinante en estos casos, como expusimos más arriba.
- Las bacterias y los patógenos se desarrollan porque no conservamos los alimentos de la forma adecuada. De ahí la importancia de guardar los alimentos frescos en neveras frigoríficas a la temperatura adecuada.
- Determinada comida expuesta a la intemperie durante días es foco atrayente de bacterias nocivas.
- Si desconfiamos de las condiciones de conservación de algún alimento, porque no haya permanecido en la nevera el tiempo suficiente, haya estado expuesto demasiado tiempo a elevadas temperaturas o incluso a temperatura ambiente, es preferible evitar su consumo.
Es un tema que puede tornarse delicado si no lo tomamos en serio, aunque tampoco es conveniente obsesionarnos con ello. En la mayor parte de los casos, nos daremos cuenta con sólo echar un vistazo y si tenemos dudas o nuestro instinto nos invita al rechazo, no pasa nada. Cambiamos de menú y asunto resuelto.